jueves, 4 de marzo de 2010

We can do it

Los hombres se llevan los puños al pecho y lo golpean repetidas veces o levantan los brazos haciendo un ángulo de noventa entre brazo y antebrazo mostrando tendones dilatados. Una mujer se arremanga la camisa azul y muestra su bíceps derecho sin desarrollo alguno. Seria, con el gesto de la boca contenido y con unas preciosas pestañas largas nos dice: «We can do it».

Cuando quiero sentirme posicionada, posesionada, poseída por mi propia fuerza femenina, tomándome el lugar, ¿qué gesto hago? ¿Qué gesto nos une y poderosas, nos afianza? No es el músculo, no es el grito de Tarzán…


RESPUESTA UNO:

El espectáculo se inicia cuando la hembra percibe un número suficiente de candidatos. Uno a uno saltamos sobre ella. Con rápido movimiento esquiva el ataque y despedaza al galán. Cuando está ocupada en devorarlo, se arroja un nuevo aspirante. Y así hasta el final. La unión se consuma con el último superviviente, cuando la hembra, fatigada y relativamente harta, apenas tiene fuerzas para decapitar al macho que la cabalga, obsesionado en su goce.

Juan José Arreola, “Insectiada”


RESPUESTA DOS:

Será, supongo, que lo que nos une, es sabernos poderosas, pero no utilizar ese poder. Si, algo como saberse bella y no arreglarse. Lo que nos afianza, lo que de verdad ha hecho que sigamos, es que no compartimos nada, no tenemos los mismos amigos, no frecuentamos la misma alberca, nos conocimos como suelen conocerse los amigos, por casualidad, por un asunto azaroso. Eso ha ayudado a que tengamos cosas distintas de qué hablar, ha ayudado a no aburrirnos la una de la otra. Imagínate que sería si fuéramos iguales, dónde acabaríamos.

Hace poco, mientras miraba el televisor, uno de esos días en que el insomnio se apodera de mí, vi un programa donde se anunciaba, como el arca de la alianza, un aparato que podía licuar cualquier cosa. La prueba de esto, fue que licuaron latas de aluminio. Yo, particularmente, suelo sacar el contenido de la lata antes de licuar o revolverlo. No lo sé, imagino que habrá gente a la que le guste que sus electrodomésticos puedan licuar manzanas, leche y aluminio. En fin. Te comento esto, porque la mujer que mostraba la súper licuadora tenía un abdomen de diez. Sus brazos, podían ser, perfectamente, los brazos de alguien que levanta pesas o que estiva cajas en un súper mercado. La mujer, no se veía particularmente poderosa, pero hay que ser honestas al decir que atraía a muchos hombres.

Un abrazo.


RESPUESTA TRES:

Quisiera poder responder a esa última pregunta que dejas flotando silenciosa en el aire, en mi pantalla, en mi imaginación. Pero no puedo. Soy algo extraño, un hombre que no comprende ese resquicio abismal que separa tus gestos de los míos. A veces te miro, no sin sorpresa, y lanzo también preguntas que no puedo responder. Porque sé que en el fondo hay un rasgo distinto que te completa, que hace que seas algo diferente y maravilloso, gentil pero abrumador.

Creo que no se trata de una competencia en la que debemos, para asumir nuestra condición, repetir los mismos gestos. Deberíamos, mejor, afianzar aquello que nos separa. Posiblemente así puedas lograr dar respuesta a tu pregunta. En el fondo, me imagino, el gesto de posesión, fuerte y decidido, siempre lo has tenido. Estoy seguro de haberlo visto ya en tus ojos, en algunos de tus ademanes, en la manera tuya de caminar, de sostener el cigarro, de afrontar tus cotidianas travesías. Siempre podrás llegar a ese punto en el que te conformes a partir de ti misma, de aquello que descubras dentro de ti.


RESPUESTA CUATRO:

No, ciertamente, no es el grito de Tarzán. Pero, ¿has pensado que todo tiene una relación intransferible, intransigente, intrínseca? Cada quien tiene sus encantos. Encantos que encantan al hombre y a la mujer. Son los músculos, motores de lo que en occidente llamamos deseo. El gesto, imperceptible y notorio a la vez, es aquel que une al hombre con la mujer, que los hace vivir en comunión, sin soportarse y sin poder seguir el uno sin el otro.

RESPUESTA CINCO:

Un inadvertido cruce de piernas, ese es vuestro gesto más poderoso, el gesto catalizador de la secuencia definitiva. Os sentáis cruzando las piernas, reclinándoos a menudo hacía atrás hasta descansar la espalda en algún soporte sin importar el ángulo al que os obligue, acto seguido atrapáis uno de vuestros brazos, horizontal sobre el ombligo y apuntillado por el codo de vuestro favorito, el que queda libre para subrayar según qué palabras de la disertación que os ocupe, sostener un pitillo, o juguetear durante los silencios con una sortija. Ciertamente no resulta una arenga muy contagiosa, pero vuestras grandes victorias, las más significativas, suelen ser individuales y casi siempre tienen lugar en el ámbito de lo privado. Frente al grito «testosterónico» del hombre que busca el apoyo de la masa para aterrorizar a otra masa y someter cuerpos; la mujer consigue a base de sutilezas y coqueteos conquistar espíritus y voluntades. En consecuencia, que tomaseis la iniciativa en una guerra de sexos sería nuestro fin, pues de nada sirve el músculo si quien debe alimentarlo solo aspira a convertirse en poeta.

RESPUESTA SEIS:

¿Acurrucadas en silencio? Un gesto detonante que implica el grito implosivo y la fuerza de la piedra inamovible.

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