Con cierto delirio de grandeza propuse el proyecto Responde tarde. Ahora camino avergonzada, sin rostro, con el compromiso de llevarlo a cabo. No me atrevo a explicarlo: lo expongo en fragmentos, en balas de lenguaje hermético. Supongo que en este silencio hay una dosis de prudencia, o de la inseguridad que provoca la prudencia, un arte que enorgullece a los frágiles amantes de las virtudes como Humpty Dumpty.
Hay precedentes, ruinas sobre ruinas. Hace algunos años, cuando vivía en un apartamento redondo con vista a las manos amarradas de Policarpa Salavarrieta, hicimos un muro de los lamentos y un ritual de liberación de los mismos con los amigos. Al llegar la noche, cada quien dibujaba o escribía su lamento y lo exponía en una de las paredes del apartamento, ahora pienso, en nuestra improvisada galería espiritual. En esa ocasión, el instrumento de catarsis fue el fuego: quemamos los dibujos creando una humareda que nos hizo llorar por horas. Un episodio amateur. Aún conservo una fotografía de uno de los lamentos que no me atreví a quemar esa noche, precisamente, un retrato de Humpty Dumpty. Su sombra me aturde cada tanto.
Entonces al grano: oye tú, estás leyendo una invitación a jugar otra partida de estas purificaciones profanas. Esta vez la herramienta es la correspondencia escrita y la estrategia consiste en desatar nudos. Quiero solicitarte que me envíes un correo electrónico que hayas escrito y que aún esté congelado esperando respuesta. También puede ser un mensaje al que temes contestar o uno archivado especialmente. Vamos a repartir las cartas, a sacar los ases guardados bajo la manga. Lo que te pido es un gesto de confianza que no podré compensar jamás.
Hay precedentes, ruinas sobre ruinas. Hace algunos años, cuando vivía en un apartamento redondo con vista a las manos amarradas de Policarpa Salavarrieta, hicimos un muro de los lamentos y un ritual de liberación de los mismos con los amigos. Al llegar la noche, cada quien dibujaba o escribía su lamento y lo exponía en una de las paredes del apartamento, ahora pienso, en nuestra improvisada galería espiritual. En esa ocasión, el instrumento de catarsis fue el fuego: quemamos los dibujos creando una humareda que nos hizo llorar por horas. Un episodio amateur. Aún conservo una fotografía de uno de los lamentos que no me atreví a quemar esa noche, precisamente, un retrato de Humpty Dumpty. Su sombra me aturde cada tanto.
Entonces al grano: oye tú, estás leyendo una invitación a jugar otra partida de estas purificaciones profanas. Esta vez la herramienta es la correspondencia escrita y la estrategia consiste en desatar nudos. Quiero solicitarte que me envíes un correo electrónico que hayas escrito y que aún esté congelado esperando respuesta. También puede ser un mensaje al que temes contestar o uno archivado especialmente. Vamos a repartir las cartas, a sacar los ases guardados bajo la manga. Lo que te pido es un gesto de confianza que no podré compensar jamás.